La caperucita:
—Cierto día iba Caperucita por el bosque de… eh ¿cómo se llamaba ese bosque?
—¿Cuál? El de… ¿el bosque de Sherwood?
—No, ese era el de Robin Hood.
—¿Robin Hood no era el compañero de Batman?
—No, el compañero de Batman era Mandrake.
—¡Si Mandrake era un mago!
—¿Y qué tiene? Además era el ayudante de Batman.
—… ¿seguro?
—Claro, ¿para qué te contaría mentiras, eh? ¿Quieres que siga?
—Y, sí…
—El bosque quedaba en Transilvania…
—Hey, no jodas. ¿Transilvania no era donde vivía el Conde Drácula?
—Tienes todo mezclado. No prestas atención a lo que te cuento y se te mezcla todo. Transilvania queda en Estados Unidos… si me vas a cuestionar todo mejor me callo.
—Sí, mejor.
—… ahora no me callo nada.
—Te callas porque no quieres contarme el cuento, porque no lo sabes.
—Claro que lo sé; ahí te va, cierta noche, Caperucita estaba cerrando su famoso restaurante…
—¿¡Su famoso restaurante!?
—Sí, cuando de repente recibió una llamada telefónica…
—… era uno que le avisaba que vos le estabas jodiendo su cuento.
—No, era su mamá, que le pedía que pasara de la abuelita a dejarle algo de comer. Le dijo sí, “Blancanieves…”
—¿¡”Blancanieves” le dijo!?
—Sí, “Caperucita” se llama el cuento, pero a ella le encantaba que le dijeran “Blancanieves”. Entonces el tío le dijo así…
—Pero , ¿no era la mamá la que estaba en el teléfono?
—¡Nunca dije que fuera la madre… por favor, presta atención! Dejame seguir, le dijo así, “Blancanieves, cuando cierres tu famoso restaurante llevale algo a tu abuelita que acaba de decirme que tiene un hambre terrible”.
—¿Y por qué la abuelita no la llamó directamente al restaurante?
—Porque se le olvidaba el número.
—¿Y por qué no lo tenía anotado en un papelito al lado del teléfono?
—Porque el lápiz se lo había prestado a un humilde cazador.
—¿El que aparece al final del cuento?
—Exactamente, que fue el que atendió el teléfono.
—… mmm ¿No lo había atendido la misma Caperucita?
—¿Quién? ¿Blancanieves?
—Sí.
—No creo, ella no tenía teléfono.
—¿¡Y dónde recibió la llamada si no tenía teléfono!?
—Ahí está la gracia, escuchame, entonces el humilde cazador le dijo a la mamá…
—¿Por qué era “humilde cazador”?
—Porque si hubiera sido rico tendría empresas pero no sería cazador. Ahora callate y dejame contarte el cuento.
—… ¿no tienes otro? No entiendo nada.
—Porque no prestas atención. Entonces el humilde cazador le dijo, “Mire, señora, su hija se fue a un baile a que le probaran un zapatito”.
—¿Ese no es el de Cenicienta?
—No, en el que hay un baile es el de Pinocho.
—En el de Pinocho nunca hubo un baile, porque él no era como los demás niños.
—El que no era como los demás niños era Frankestein.
—¡Pero si él era un monstruo!
—Por eso no era como los demás niños, ¿querés que siga o cambio?
—… y no, sigue…
—Entonces la abuelita le dijo…
—¿Qué abuelita? ¿No estaba hablando con la mamá?
—¿Ves? No atiendes. ¿No te dije que la mamá era sorda?
—¿Sorda?
—Y claro, le habían hecho una operación, pero no quedó bien.
—¿En el cuento dice eso?
—Por supuesto, yo nunca te mentiría. Sigo. Entonces le dijo, “No importa yo igual la llamo después, no se olvide de darle mi mensaje”. Pero ni bien colgó el cazador ya se había olvidado y ese mismo día la abuelita hubiera muerto de hambre… si no fuera porque pasó un lobo y se la comió. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. ¿Te gustó?
—… al medio no lo entendí, pero estuvo bien.
—¿Qué parte?
—La de los ladrones que entran a la pizzeria.
—Porque no prestas atención. Mañana te cuento otro.