Desde el punto de vista de la decisión profesional, Schumacher fue muy valiente al ir a Ferrari: si le quitáramos a los coches el color rojo y el caballo relinchando, la idea de fichar por la escudería italiana en 1996 parecería directamente una estupidez.
Ferrari, no obstante, es diferente. El 'cavallino rampante' es el símbolo más conocido de las carreras de Fórmula 1; el rojo es el color que hizo de Alberto Ascari, Niki Lauda y Gilles Villeneuve leyendas. Muy pocos pueden resistirse a su encanto, incluso cuando las cosas no marchan bien en Maranello. De hecho, durante este tipo de períodos infructuosos es cuando Ferrari hace uso de su fascinación para traer a una superestrella. Sebastian Vettel es el último ejemplo.
Ojo, tampoco es que dos alemanes con mentes tan racionales como Schumacher o Vettel hayan sido atraídos únicamente por el romanticismo: a Schumacher le ofrecieron una cantidad apropiada para que su fichaje fuese un éxito. De hecho, le convirtieron en el mejor pagado de la parrilla.
Pero aunque el alemán estaba más que contento tras firmar un contrato con muchos ceros, a 'Schumi' también le había atraído la idea de ser el 'salvador' de Ferrari. La situación de la escudería italiana podía considerarse como un reto: el hombre que los llevara de nuevo a la cima disfrutaría de un lugar especial en la historia de la F1.
Después de su primer prueba, este 'regreso a la gloria' debió parecer un camino eterno. El Ferrari de 1996 era un desastre; bastaba con ver el coche para saber que no sería veloz. Abultado y sin gracia, carecía de las líneas limpias y la aerodinámica agresiva del Williams-Renault destinado a dominar esa campaña.
El nuevo compañero de Schumacher, Eddie Irvine, confirmó la mala impresión que daba el coche en una entrevista concedida a Sky Sports: "Recuerdo que cuando el coche se dio a conocer le dije a Michael, 'Parece muy diferente a los demás coches'. Era un desastre, y aquel año Michael hizo un fenomenal trabajo conduciendo esa cosa... porque era un pedazo de basura, de verdad que lo era".
Schumacher demostró su valor durante la temporada de 1996 ganando tres veces con "esa cosa". La primera victoria, en el Gran Premio de España, se considera una de las mejores actuaciones en toda la historia del automovilismo: Schumacher superó a su competidor más cercano con 45 segundos de ventaja bajo una lluvia torrencial.
Además del triunfo en Montmeló, Michael, logró añadir dos victorias más en esa temporada: una en Bélgica y otra en Italia, para alegría de los 'tifosi'. 'Schumi' terminó el año el la tercera posición del campeonato mundial.
A esas alturas estaba claro que la "decisión arriesgada" de Schumacher era más bien una apuesta calculada, una decisión fría que le daría dividendos en el futuro. Los cimientos del éxito ya se habían establecido en Ferrari antes de que él llegara; tal vez el nombramiento más significativo fue el de Jean Todt, que se unió a la escudería como manager en 1993.
Todt, que estuvo al frente de Ferrari hasta 2007, empezó 'limpiando' la escudería de riñas políticas y supo construir un equipo ganador. Posteriormente, el francés fichó al genial Ross Brawn y trajo de su retiro a Rory Byrne: estos dos ingenieros se encargarían de diseñar y construir los coches que iban a dominar el mundo de la F1.
A partir de ahí, el ascenso fue imparable. Schumacher estuvo a un pasito de ganar el título en 1997 a pesar de contar con un coche inferior al de Williams, y repitió la hazaña en 1998, cuando McLaren produjo el monoplaza más veloz. El alemán seguramente habría sido el campeón en 1999 si no se hubiera roto la pierna en el Gran Premio de la Gran Bretaña... y después llegó la tiranía.
A partir del año 2000, el rojo tiñó el mundo de la Fórmula 1. Fue un dominio incesante, brillante e histórico. A veces también era algo aburrido, pero espectacular de todos modos.
Los infinitos triunfos de Schumacher y Ferrari durante las temporadas de 2002 y 2004, cuando esta alianza italo-germana parecía totalmente invencible, no deben recordarse como un fenómeno aislado: es mucho más divertido rememorar los excitantes días de Fiorano, cuando todo parecía estar en riesgo, cuando el trabajo duro aún estaba por empezar.
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