El 7 de Abril de 1968 los aficionados alemanes se dieron cita en Hockenheim para presenciar una carrera de Fórmula 2. Estaban felices, ya que entre los inscritos estaba nada menos que Jim Clark, Campeón del Mundo de Fórmula 1, en una época en que esta categoría no corría en su circuito.
En la quinta vuelta de la primera manga de la carrera, en la recta de subida hacia la Ostkurbe, en una zona sin mayores complicaciones, algo se rompió en la parte posterior del Lotus, éste se descontroló y aunque el piloto intentó corregir la trayectoria, no pudo impedir una violenta salida de pista.
El circuito estaba abierto en medio del bosque, sin medidas de seguridad, ya que no había guarda raíles, ni muros ni escapatorias. Como en una carretera de montaña, los árboles estaban apenas a un metro del asfalto, así que en aquellas condiciones y a gran velocidad, no es de extrañar que la salida de pista se convirtiera en un accidente de fatales consecuencias.
Se aprecia perfectamente la peligrosidad de la época (Foto encontrada en Internet).
La violencia del impacto fue tal, que seccionó el coche en tres partes. La delantera se desintegró, el motor y el cambio fueron a parar contra un pequeño muro situado unos ochenta metros más lejos, detrás del cual había algunos espectadores, y el habitáculo con el piloto dentro quedó al pie de los árboles.
Jim no murió en el acto, y cuando llegó la ambulancia (llamada por radio por los escasos controladores que había en la zona) el médico aún le encontró con vida, pero nada pudieron hacer para salvarlo, ni allí ni en el hospital de Heidelberg a donde fue trasladado por carretera, pues en aquella época ni los circuitos tenían clínica ni por supuesto había helicópteros medicalizados.
En 1969 se erigió una pequeña cruz de piedra en el punto en que se produjo el accidente, cruz a la que el Team Lotus siempre iba a hacer una ofrenda floral cuando acudía al circuito. A pesar de mis intentos, nunca he podido saber quien sufragó la cruz, si Lotus (como me imagino), o el circuito, que después construyó una chicane en aquel punto, para disminuir la velocidad.
Cuando fui por primera vez a Hockenheim, con ocasión del Gran Premio de Fórmula 1 de 1989, quise ir a ver esa cruz. El sábado, después de la primera tanda, emprendí la marcha, pero sin calcular demasiado bien la distancia a la que estaba. Cuando abandoné el paddock, rodeé las tribunas y por fin accedí al sendero que rodeaba el circuito, ya llevaba un buen rato caminando, y para colmo dicho caminito no iba en paralelo a la pista, sino que daba un rodeo adentrándose en el bosque.
El camino hacia el bosque es interminable, y la cruz estaba aún más lejos (Foto, Carlos Castellá).
Al comprender que para llegar a mi destino aún había al menos media hora de camino desistí, porque tenía que contar el tiempo de vuelta, y una cosa son los mitos y mitologías propias, y otra es el trabajo que uno va a hacer a los circuitos, así que no me quedó más remedio que dar media vuelta. Al terminar la calificación tenía otras cosas que hacer, así que decidí dejarlo para el domingo por la mañana.
Como en aquella época había warm up sobre las nueve o nueve y media de la mañana, convencí a Toni Burón de que debíamos llegar pronto, así que salimos del hotel ?Am Bismark? de Mannheim a eso de las siete y media. A las ocho y poco ya estábamos dentro, y entonces cogimos una lanzadera, y con un plano, le indiqué al chofer donde queríamos ir.
Una vez allí, el mismo chofer explicó a los del puesto de control que tenían que abrir la verja para que pudiéramos salir, meternos en la zona de público y llegar hasta la cruz. Como me ocurre en casos como estos, tuve unos momentos de gran emoción al encontrarla, y recuerdo que le expliqué a Toni quien había sido Clark y el valor sentimental que tenía estar allí. Aunque el pobre Toni a menudo pensaba que yo estaba un poco loco, intentaba igualmente asimilar aquel tipo de informaciones, ya que él era un recién llegado al automovilismo. Nos hicimos las fotos de rigor, una de las cuales es la que abre esta entrada, y después iniciamos el regreso.
Como Hockenheim no tenía vial de servicio, las lanzaderas iban por dentro del circuito, así que volvimos a entrar y esperamos a que pasara alguna, que nos recogió y nos devolvió al paddock, completando la vuelta al trazado, todo un lujo que entonces se podía hacer en los circuitos antiguos.
Volviendo a la cruz, con la remodelación del circuito quedó abandonada dentro del bosque y rescatada después, para recolocarla con un poco de adorno en el inicio de la zona destruida del circuito antiguo. Después, los esfuerzos de los seguidores del Team Lotus y de los herederos del legado de Jim Clark forzaron la construcción de un monolito significativo, (sufragado por ellos) que es el que existe actualmente y cuya foto está encima de este párrafo.
A mi la nueva ubicación y el esfuerzo por hacer algo mejor en recuerdo de Clark me parece loable, pero sinceramente, no me gusta. Hubiera preferido que se hubiera respetado el lugar y la cruz tal cual, ajardinarlo o cuidarlo un poco y dejarlo ahí para quien quisiera ir a verlo. En el lugar donde estaba alguien puso una cruz de madera muy sencilla, pero sea como fuere, el recuerdo de Clark tampoco depende de donde se coloque una cruz, sino de que perdure su leyenda y su legado, pues fue el mejor piloto de su tiempo.
Fuente: Blog de Carlos Castella