He dudado y no sé muy bien por qué. Siendo sábado tocaba acariciar la figura de Phil Hill, campeón mundial de F1 en 1961, incluso llevo tiempo preparando una entrada a cuenta de la mítica Ecurie Ecosse de resistencia ya que Le Mans asoma a la vuelta de la esquina. Por tener algo, tenía una pequeña tocada de narices sobre los miedos que nos atenazan desde el piso de arriba, al que accedemos canturreando por la escalera para descubrir que es una vulgar y minúscula telaraña, y que quedó a medio terminar, varada en la arena, ayer mismo a estas mismas horas. Pero ha muerto Seve en Pedreña y el green se ha quedado más solo que la una.
A buen seguro habrá quien esté preparando su particular homenaje con más sustancia de la que se pueda destilar de esta miserable concatenación de líneas que estoy escribiendo. Habrá, también, quien ya haya pasado a limpio los inevitables datos que tasan una vida como la de Seve haciéndola diferente a la de tantos otros... Sinceramente no me importa. Para mí, en su momento, Ballesteros supuso lo que Santana en tenis o Fernández Ochoa sobre la nieve, lo mismo que a tantos ha supuesto Fernando en automovilismo, una puerta abierta a un mundo totalmente nuevo y antes desconocido, que descubría sus enigmas y arcanos porque había un compatriota, alguien tan cercano que casi podías tocar, en quien fijar los ojos.
Hay algo de profunda tristeza cuando un héroe se va, y mentiría si dijera que no estoy pelín alicaído. Esta mañana, tomando el café con Lucio y Carlos en el Novelty, acompañado en la tertulia por dos clientes más, después de recibir el pertinente varapalo por mi optimismo en lo relativo a Ferrari y al Nano, alguien ha comentado lo de Seve y se ha hecho el silencio. Entre vascos el silencio es bramido contenido y respeto litúrgico, sentido homenaje a uno de los nuestros aunque haya nacido en otro sitio...
Me quedo con eso y con lo que significa. Con esos 18 hoyos que todos recorreremos tarde o temprano. Con ese silencio que quedará después. Y con el enorme hueco que deja un hombre grande que supo enseñarnos generosamente lo que era un handicap, un birdie, un hat trick, o el sentido poético que reside en un sencillo golpe magistral de palo, dado por un tipo que habla tu mismo idioma.
Te echaré de menos, Seve. Y aunque todavía no sé muy bien por qué me he arrancado con estas líneas, lo intuyo.
Fuente: El Infierno Verde