Bertrand Gachot, el hombre que cambió la historia del deporte con una discusión de tránsito
Hace 25 años, tras una pelea con un taxista en las calles de Londres, un piloto de Fórmula 1 sin demasiadas luces iniciaba sin saberlo una revolución en el automovilismo
Bertrand Gachot fue un piloto aceptable y un hombre volátil. También un trotamundos en todo sentido, que saltaba de nacionalidad casi tanto como de escudería. Hace 25 años transformó para siempre el deporte, aunque sin notarlo. Su revolución involuntaria tuvo un punto de partida algo extraño: una discusión de tránsito.
Hijo de un comisionado europeo francés, Gachot nació en Luxemburgo en 1962, pero corrió con las banderas de Bélgica primero y Francia después. Dedicado al automovilismo, con algo de talento, mucho voluntarismo y fenomenales dotes de lobbista, su carrera fue avanzando con pequeños pasos. Arrancó en karting a los 15 años, algo tarde para la media, ganó títulos en las fórmulas Ford 1600 y 2000 y se metió entre los de arriba en la temporada de 1988 de la Fórmula 3000.
Ese fue el último paso antes de la Fórmula 1, en épocas en que la categoría veía nacer y morir equipos sin pestañear y casi 40 autos intentaban llegar a la carrera de los domingos. Debutó en el equipo Rial Racing en 1989, sin clasificar a ninguna de las dos carreras que le tocaron. Al año siguiente, tras la desaparición de esa escudería alemana, cayó en Coloni como único piloto de un auto horrible, que sólo podía pasear en las pistas y por poco tiempo.
Pero Gachot no se rindió. Para 1991, se sumó a otra escudería nueva, que parecía algo más respetable: Jordan. Fue en ese equipo donde pareció que su carrera finalmente le entregaba alegrías.
Junio y julio del 91 fueron los meses mágicos para Gachot. Consiguió sus primeros puntos en la FI con un quinto puesto en el Gran Premio de Canadá y cosechó dos más en los de Gran Bretaña y Alemania. Nada mal para un trotamundos en una escudería debutante y en un campeonato en el que tallaban nombres como Ayrton Senna, Nelson Piquet, Gerhard Berger o Alain Prost. El dueño del equipo, Eddie Jordan, sentía que había llegado a la máxima categoría para quedarse largo tiempo.
Entre medio, para Gachot, el gran hito de su carrera: junto a Johnny Herbert y Volker Weidler, ganó las 24 Horas de Le Mans con un Mazda, en la primera victoria en esa prueba de un equipo japonés.
Luego llegó la caída, más extraña que estrepitosa. Y la revolución inadvertida. Tras finalizar en un digno noveno puesto en Hungría, Gachot viajó a Gran Bretaña con su novia para relajarse unos días. En vez de paz, encontró un rival digno del talento de un piloto de Fórmula 1: un taxista londinense.
Gachot sufrió un accidente de tránsito menor con un taxi. Un roce, un raspón en una calle de Londres. La discusión con el taxista subió de tono, y otros se detuvieron en solidaridad gremial para acorralar al piloto de F1.
En algún punto, Gachot escuchó algo así como ?Te vamos a matar? y se lo tomó en serio. Manoteó del bolso de su novia un spray de gas CS o gas lacrimógeno y roció la cara de su circunstancial rival. Según Gachot, la Policía lo rescató de una muerte segura porque en la batahola otros 50 taxistas querían lincharlo.
Por entonces, ese tipo de gas estaba prohibido en Gran Bretaña, incluso para defensa personal. Gachot fue detenido y debió presentarse ante el juez poco antes del siguiente Gran Premio, justamente en Bélgica, su ¿patria?. El piloto quiso un acuerdo económico con el taxista, pero el juez se lo tomó a pecho: lo condenó a seis meses en la prisión de Brixton.
En esa cárcel, Gachot pasó dos semanas, 23 horas al día encerrado. Cuando podía juntarse con otros reclusos, soportaba las cargadas de los muchos fanáticos de Mansell que poblaban las celdas. Aprendió a jugar al ajedrez rápidamente.
No era un deportista popular, pero una módica campaña a su favor se extendió entre los simpatizantes belgas del automovilismo. ?Free Gachot!? apareció como consigna.
Lo peor ocurrió cuando llegó el Gran Premio de Bélgica. Gachot recuerda con rencor al guardia que ese fin de semana le golpeaba la puerta de su celda imitando con su voz el ruido de un motor. ?Ya no te van a querer en el equipo. Encontraron otro piloto y es muy bueno?, lo torturaba.
Efectivamente, era muy bueno.
Eddie Jordan, el dueño del esforzado equipo que crecía en su primera temporada en la Fórmula 1, esperó lo que pudo por el destino de Gachot, pero cerca del Gran Premio de Bélgica tuvo que salir a la caza de un ocupante para el auto que pertenecía al piloto preso. De su desesperación se aprovechó Willi Webber, representante de pilotos, para ofrecer a un joven dispuesto a correr en un auto que jamás había manejado, en un circuito que jamás había recorrido.
Así fue como Michael Schumacher compitió, hace hoy 25 años, por primera vez en una carrera de Fórmula 1. Y brilló en ese fin de semana en Bélgica. Fue séptimo en la clasificación, aunque en la carrera el auto lo dejó a pie a los pocos metros. Eddie Jordan, maravillado, contaría años después que Schumacher ?deslumbró a todos?. Y que sólo una vez había vivido algo similar: con Ayrton Senna en la Fórmula 3, en 1982.
El pobre Gachot fue liberado tras una apelación que le redujo la sentencia considerablemente. Se perdió cuatro carreras.
Schumacher lo reemplazó sólo una en Jordan y salió disparado a Benetton. Cuando el prodigio alemán dejó su butaca, la ocuparon sucesivamente Roberto Moreno y Alex Zanardi.
Como le había dicho el guardia en la cárcel, el equipo Jordan ya no quería a Gachot, que recién pudo volver a correr en la F1 al final del campeonato, cuando uno de los pilotos de Larrousse se lastimó y el ex convicto estuvo presto a reemplazarlo en Australia, para la última fecha. Le fue bastante bien, por lo que lo contrataron para la temporada siguiente. Siguió corriendo en la máxima categoría hasta 1995. La puerta que le abrió sin querer a Schumacher con su discusión de tránsito el alemán la cerró con siete campeonatos.