Los destinos de Bellof y Senna volvieron a juntarse en 1984, pero ya en un Gran Premio. Fue aquel famoso por la lluvia que cayó en Mónaco y por aquel polémico final anticipado que impidió que Senna rubricase con un sensacional triunfo su arremetida con el Toleran sobre el Mclaren de Alain Prost. Hubo aquel día otro gran protagonista no tan reconocido como el brasileño. Ese fue Bellof, que escaló desde el 20º y último puesto al tercero cuando lo sorprendió el anticipado epilogo. Una hazaña igual o mayor a la de Senna, ya que el alemán con el Tyrrell impulsado por el único motor no turbo del parque, daba una ventaja de 150HP por lo menos. Es cierto que la lluvia y las características trabadas del Mónaco achicaron las diferencias técnicas pero también fue evidente la espectacular tarea de Bellof, que ya en el primer giro pasó a cincos autos además de aprovechar los retrasos de los dos Renault. Luego dio cuenta de Fabi, Laffitte, Winkelhock y Rosberg y sacó provecho de los abandonos de Lauda y Mansell. El tercer puesto se lo ganó a Arnoux metiendo su Tyrrell entre la Ferrari del francés y el guardarail. Hay quienes sostienen que de haber continuado la carrera Bellof pudo ser el ganador ya que su ritmo era mayor al del dúo puntero. Nunca se sabrá. Lamentablemente en las estadísticas no quedó reflejado ese brillante tercer puesto, porque por una infracción reglamentaria (cargó combustible en forma de bolitas de plomo) en la carrera de Detroit, el equipo Tyrrell fue sancionado con la pérdida de todos los puntos de ese campeonato. Esto no le quitó a Bellof el reconocimiento general por su brillante trabajo. Uno de los más importantes lo recibió de Luca di Montezemolo, que le trasmitió la admiración que había sentido Enzo Ferrari al ver por televisión su impresionante andar bajo la lluvia. Fue el paso inicial para un contacto que se prolongó con la firma de un precontrato para 1986. El destino quiso otra cosa.
Aquel 1984 fue el gran año de Bellof. A su ingreso a la Fórmula 1, sumó su espectacular temporada en Sport Prototipos. Disfrutaba conduciendo los Porsche 956: sus victorias en Monza, Nürburgring, Spa, Imola, Fuji y Sandown Park le dieron el título mundial de Pilotos y a Porsche, el de equipos. También se coronó en el certamen alemán de Sport. Entonces, Bellof ya era junto con Jacky Ickx el gran referente de Porsche. Claramente superaba a sus ocasionales y más experimentados compañeros de auto: Derek Bell, Jochen Mass y Thierry Boutsen. Esa tremenda velocidad había quedado en evidencia en la edición 1983 de los ``1.000 Kilómetros de Nürburgring´´, al recorrer los 22.835 metros del trazado Nordschleife, el más famoso dibujo del circuito alemán, en 6m11s13/100. Es decir, ¡20 segundos! Menos que lo marcado por Bell el día anterior con ese mismo coche, y cinco más rápido que Mass, con el segundo auto del equipo. No conforme, después de marcar ese tiempo, la ambición de Bellof por querer bajarlo terminó en un impresionante vuelco en la zona del Pflanzgarten. Salió ileso. Ni antes ni después, nadie giró tan rápido en ese exigente y peligroso trazado. El mejor tiempo de un Fórmula 1 allí fue de Lauda en 1975: 6m58s30/100.
El espíritu y la audacia de Bellof no se detenían ante limitaciones técnicas. Confiaba por demás en su capacidad conductiva e intentaba sobrepasos que para otros parecían imposibles. En los ``1.000 Kilómetros de Spa´´ del 1 de septiembre de 1985, su Porsche 956 perteneciente al equipo privado de Walter Brun no tenía la velocidad del 962 oficial de Jacky Ickx. Esto no atenuó su ambición ganadora, incentivada por su gran rivalidad con el belga. Se enfrentaba el joven ascendente con el veterano consagrado. No hubo duelo mientras Jochen Mass, coequipier de Ickx lideró la carrera con Boutsen, compañero de Bellof, como escolta. Pero apenas producidos los relevos, Stefan fue en busca de la punta. Hizo sin éxito un par de intentos por superar a Ickx y hasta mostró su molestia por la forma en la que el belga defendió su posición. Por eso, ante una nueva pasada, la número 78, por la famosa Eau Rouge, una de las curvas más difíciles del mundo (se encara a la izquierda y luego cambia en una subida ciega a la derecha), como otras tantas veces Stefan decidió jugarse por afuera. Encaró a la izquierda buscando que en el siguiente viraje a la derecha quedara con la cuerda para la subida. Entró muy jugado, a una velocidad cercana a los 250 km/h, y cuando intentó meterse en el hueco se encontró con la parte trasera izquierda del Porsche de Ickx, desplazado hacia afuera en una discutible maniobra que buscó contener el ataque del alemán. A semejante velocidad, ambos autos salieron proyectados fuera de la pista. El de Ickx pegó con su lateral derecho contra las defensas. Más descontrolado, el Porsche de Bellof impactó de frente contra las defensas. Tan fuerte que rompió una pared. Enseguida, Ickx bajó ileso, pero Bellof quedó dentro de su destrozado auto hasta que fue rescatado cuarenta minutos después. Las llamas agregaron dramatismo a la escena, pero no fueron determinantes para el trágico final. Sin lesiones en la mayor parte del cuerpo, la brutal desaceleración había dejado irreversibles huellas en su cerebro.
Su muerte fue anunciada diez minutos después de haber llegado al hospital del circuito, aunque todo indicaba que se produjo en el acto. En boxes, Ickx trató de deslindar su responsabilidad en el accidente ante los cuestionamientos de su maniobra, al tiempo que los organizadores decidían en la vuelta 122 la anticipada culminación de la carrera con el triunfo del Lancia LC2 de la tripulación integrada por Mauro Baldi, Bob Wollek y Riccardo Patrese.
Muchos años más tarde, en enero de 2007, Derek Bell, que en aquella carrera fue compañero de Hans Stuck en otro Porsche oficial, atribuyó el fatal accidente al ímpetu incontenible de Bellof y a la falta de actitud del equipo para controlarlo. Ya era tarde para lamentos. En su afán de ir cada vez más rápido, Stefan Bellof se había ido demasiado rápido de la vida y el automovilismo. Por entonces, aquel muchachito que lo admiraba, ya era un consagrado de la Fórmula 1 que disfrutaba del privilegio de haber sido el primer alemán campeón. Ese honor que, en efecto, pudo haber sido de Stefan Bellof.