Un homenaje que le ha hecho una persona allegada a doña Luisa
AVELINO LÓPEZ PERIODISTA Y CANTAUTOR Se nos fue «como del rayo» en silencio, Luisa Martínez López, a quien tanto queríamos.
Su obituario sería uno más si no fuera porque esta mujer, buena en el buen sentido de la palabra, era la abuela del bicampeón español de Fórmula 1 Fernando Alonso.
Luisa -como muchos de nosotros- creció al olor del ácido sulfúrico que expelía la fábrica Unión Española de Explosivos de la Manjoya, donde trabajó su marido, Tante «el canario», y tantos otros de los nacidos en las parroquias de Latores, La Manjoya, Puerto, los pueblos de El Caleyu, Llamaoscura, El Condao, Bueñu, Les Segades.
Yo asistí al enlace de los abuelos del campeón cuando contrajeron matrimonio.
Era un imberbe escolar que acudía a la Escuela de Llamaoscura.
En ocasiones mi madre pedía a Tante que me acompañara hasta las proximidades del colegio para que no hiciera novillos.
Por tanto me siento como de la familia. Pues una familia grande éramos los vecinos de estos pueblos y parroquias próximas a Oviedo.
En octubre del año pasado asistí a un ágape organizado por la Asociación del Patrocinio de la parroquia de Latores, un encuentro en el que ella participaba cada año.
Estaba sentada al lado de «Mili» la de Gelu Cantera, histórico militante socialista, y próxima a Álvaro Iglesias Fueyo, el cura de San Juan el Real.
Hacía mucho tiempo que no veía a Luisa, a la que recordaba siempre tan lozana, cariñosa. Se emocionó al verme.
«Mira, Luisa: esti ye Velinín el de Amado el Roxu», le dijo Mili.
Quizá mi padre les realizó la primera cama nupcial desde aquel taller de ebanistería que tenía en El Caleyu.
Allí, en Latores, en el restaurante del Porretu de Santumederu, estuvimos gozando con su presencia algunos de los que conocimos desde niños a Luisa. El propio José el Porretu, Serafín Abilio C.A.C., mi hermana Mari, los de Ablaña, los del Llobu -mi familia-, los «grillos», los Cantera, el cura Alvarito de San Juan... y Luisa, claro.
Resultaba por tanto obvio comentar con ella las hazañas del «guaje», del cual todos los vecinos de estos pueblos nos sentimos muy orgullosos. Ella me resumió así lo que sentía cuando se sentaba frente al televisor para presenciar sus evoluciones en los grandes premios:
«Junto las manos y rezo en silencio. Tengo miedo por él. Mira, se me parece a ti cuando eras un rapacín. Tu madre, Lydia, sufría porque ibas al río con Herminio el de Cárcaba, el de Pris, a pescar cangrejos y en una ocasión casi te nos mueres ahogado en el aljibe del lavadero del Caleyu».
Salieron de ese feliz encuentro comentarios cargados de nostalgia, de cuando yo veía bailar a la joven pareja en las fiestas del 8 de septiembre en Latores, en las de La Manjoya. Cuando ella iba al campo de Los Felechos -hoy fábrica de tubos- al lado de mi casa, para ver jugar a Tante, cuando este era defensa central del Caleyu C. F.
Hoy en el recuerdo de Luisa, la de Tante «el canario», no puedo reprimir un lagrimón que me corre por el rostro hasta la boca.
Mis condolencias para esa familia en especial y para esas familias tan queridas.
Hoy los que sufrimos y padecemos dolencias propias por respirar aquel ácido sulfúrico, que acaso contribuyó en forjar en nosotros un carácter especial, los vecinos de esas parroquias rurales, sentimos que nos falta el aire, la presencia de una vecina ejemplar: Luisa.
Todos esos vecinos no pudieron contener la emoción cuando se nos fue de entre nosotros una mujer buena, que sufría y gozaba a partes iguales mientras presenciaba en la tele las evoluciones del nietín campeón por las principales pistas del mundo.
Descanse en paz
Fuente La Nueva España