@WOYZECK: Te refieres a esto.....
Para mi es una manipulación dicen verdades para meter mierda y perdona la expresión....
El problema de vivir dentro de una película de Disney no es entrar en ella. Eso es muy fácil. El problema es cuando te escapas del reproductor del DVD por una rendija y te despeñas desde el mueble del televisor para pegarte con todo el careto contra el suelo de terrazo de la realidad. Desde arriba, la muñeca de Lola Flores se carcajea arremangándose la falda de lunares y el torito de plástico se afila los cuernos amenazante poniendo cara de malo. Lewis Caballo Loco Hamilton debe estar en estos días de visita en el dentista porque apenas se ha subido un par de veces en su nuevo carruaje y ya ha escupido unos pocos piños. Empieza a hacerse una idea de lo que hay...
Lewis Carl Davidson Hamilton no ha hecho más que aterrizar en su segundo equipo y ya se ha dado cuenta del fregao en el que se ha metido. Dice abiertamente que su plan es a largo plazo, que está preparado para acabar en P15 y que no le preocupa demasiado y todo estaba previsto.
Si, ya.
Lo que no tenía previsto, entre otras cosas, ha sido descubrir que una de las armas pesadas de los coches de esta segunda década del Siglo XXI es el llamado downforce, o mano invisible que pega los coches al asfalto. Tras bajarse que un McLaren MP4/28 veintitantos que parecía llevar una manada de elefantes a la espalda, se ha subido al cuarto Mercedes de la etapa Brawn al que en el reparto de paquidermos parecen haberle tocado menos, y anoréxicos. Lewis enarca sus cejas, tuerce el gesto de la cara y se dice a sí mismo con voz queda y boca prieta: pos esto es lo que hay, colega.
Pocas dudas deberías tener de que Hamilton pase por ser, a ojos de gurúes y observantes, uno de los 3-4 mejores pilotos de la parrilla. Implacablemente rápido, agresivo como pocos, calificador de los que te funden los plomos y con frecuencia un carrerista que adelanta a su propio coche. Pasó de la brillantez extrema de su primera temporada que tuvo firme a un bicampeón, para ser El Jefe el año siguiente.
Desde entonces, lentamente y de manera silenciosa su innegable brillantez ha ido cogiendo polvo hasta el punto que ni una lluvia permanente de KH-7 le levanta las miasmas, mijillas y tropezones. Desde el título ganado por el procedimiento del tirón a Felipe Massa en el gepé de Brasil en aquella sorprendente última vuelta, Lewis no ha vuelto a pelear en lucha directa por otro entorchado. Es más, ni siquiera ha estado en la gala de la FIA al no haber acabado ni una sola temporada entre Los Tres Mosqueteros. Cuartos, quintos, pero poco más, y el chico, creemos, está por encima de esa situación.
La cuesta abajo de su carrera, o al menos el estancamiento sin premio deportivo de cierto peso que llevarse al curriculum, empezó tras el despido fulminante de su progenitor -Papuchi Hamilton- al que de un día para otro mandó a la cola del paro tras haberse comido toda la carrera deportiva inicial del chico; lo duro, lo costoso y lo sufrido.
A excepción de la muy comentada escena con diez chicas en la suite de un hotel con baño de champán incluida, Caballo Loco demostró en la temporada pasada haber dejado atrás los dislates de juventud que le caracterizaban: detenciones policiales por hacer el gamba por las calles de Melbourne, sonoras broncas e igualmente sonoras reconciliaciones con su chica, vuelos interminables hasta Los Angeles para echar el finde con ella -con el consiguiente e innecesario desgaste físico-, salidas nocturnas a los tres segundos de recibir el SMS de algún amigo rapero... Lewis parece haber echado un poco más de cabeza y se zafa como puede del mote virutero que se ganó a pulso: Caballo Loco, al que accedió gracias a su comportamiento dentro y fuera de la pista.
Su ánimo y fogosidad parecen haber estado bajo control este pasado año, al menos de cara a la galería, porque a no pocos extrañó que en varias ocasiones llegase a la foto del trío polemanero de los sábados con gafas oscuras, cara avinagrada y respondiendo con monosílabos en la rueda de prensa a pesar de la teórica alegría. A nivel de resultados, sus cuatro victorias y siete poles quedaron en nada por culpa de una mala gestión por parte de su equipo. El diamante de sus prestaciones piloteriles quedaron en pedrusco de minería baratuza tras un año trufado de averías, abandonos, errores estratégicos, paradas en boxes fallidas? Año muy gris para el segundo equipo más laureado del paddock.
El problema para nuestro héroe de hoy es que sale del mal año de un buen equipo a un hipotético buen año de una formación que aún tiene mucho que demostrar. Ni Rosberg es un maleta, ni Schumacher un becario, y con la manteca que gastaron en 2012 -se rumorea que más de 250 minolles de lauros en total-. Si con esos dos caminaron poco, pocamente caminarán mucho más. Con suerte, con mucha suerte, Lewis va a ganar un par de carreras este 2013, pero poco o nada más. Como dice Mika Hakkinen, que se vaya olvidando de un titulito este año. Una preocupación menos para los de delante.
Hay quien piensa que el piloto se ha dejado comer la olla por su mállaner, el experto en cantaores Simon Fuller, un señor enormemente respetable, pero que sabe de carreras lo que el Papa Benedicto de ataques subatómicos desde submarinos rusos. El tal Fuller este va a comisión -entre un 15 y un 20 por ciento- y muchos afirman que como el colega viene del mundo de la música, donde un fenómeno de Los 40 dura lo-que-dura-un-billete-de-500-en-el-sobre-de-un-político-corrupto, el tío ha dicho ¡esta es la mía! y añade: coge el dinero y corre. El dinero es infinito; siempre se puede ganar más, pero el tiempo no, el tiempo es finito. Los carreristas son productos perecederos con una unidad de medida que lo rige todo: la temporada, y a Lewis cada día que pasa le quedan menos de esas.
Hamilton, lejos del consejo de su progenitor, tiende a hacer lo que le da la gana, y esto no es ni bueno ni malo, sino algo que cuando estás en la Formula 1 debería asumirse como el camino que nunca has de tomar. Lo que le dio la gana lo hizo uno al que Caballo Loco parece estar fotocopiando su carrera deportiva: Jacques Villeneuve. No poca mierda le cayó encima al canadiense cuando en un gesto propio de su sentido del humor le puso a su restaurante quebequés "Jake Newtown", traducción literal al inglés de su nombre. Unos politicastros -francófonos-, de esos que se meten en donde nadie les llama, le espetaron que ¿quién era él para ponerle a su bareto el nombre que le diera la gana? Esta partida de cretinos deberían dedicarse a su función original: currar para los que les eligieron, pero refleja a las claras el indómito espíritu de otro genio que pasó a las catacumbas deportivas tras una serie de decisiones erróneas.
El Villanueva llegó arrasando de rookie y fue subcampeón el año de su estreno. Campeón fue en su segunda temporada, y después a peor, y a peor, y a peor? hasta que acabó grabando discos, montando garitos o beneficiándose, curiosamente, a cantantes de buen ver. El chico se piró de un equipo brillantísimo por aquel entonces, Williams y la manteca de los tabaqueros de British American Tobaco le puso los ojos haciendo chirivitas. Fue copropietario del equipo del que más tarde le echaron, pero en el plano de resultados? hubo un año que quedó el 21 y rebañó cero points. El compañero de ALO en 2007 parece seguir exactamente el mismo camino. ¿Tenía otras opciones? Si, muchas, pero eligió esta.