La F1 convive con un remedio peor que la enfermedad.
Adrián Puente escribe sobre los males que está padeciendo la Fórmula 1 mientras quienes deben sanarla únicamente parecen complicar aún más la salud de la categoría.
Es como si el médico hubiese fallado en la terapia sanadora, pero volvió a ella porque no se le ocurrió nada mejor. Mientras tanto el paciente se debilita, la enfermedad persiste, pierde su trabajo, se queda sin ingresos y muere de tristeza. El hospital se equivocó, los jefes de la terapia hablaron con los familiares, pero nadie reparó en la persona internada, sino que especularon con la herencia, y todo volvió como al principio.
La F1 es como la vida misma. La clasificación mostró síntomas de resfrío, la medicación despertó una neumonía, volvieron a las aspirinas, pero la mucosidad sigue generando una corrosión patética. Entonces volvieron a las drogas con las que estaban todos de acuerdo, y en Bahrein todo seguirá igual, a pesar de que el sábado de Australia fuera uno de los bochornos más extraordinarios de la categoría, comparable a Indianápolis 2005, cuando la carrera se disputara con sólo 6 coches.
En el medio, los pilotos que se quejan y sólo eso. Ecclestone que responde con un ego irresponsable. Las escuderías se dividen. La FIA calla, y los espectadores caen arrebatados por circunstancias que no tienen por qué sufrir.
Definitivamente para ellos hay cosas más divertidas, menos complejas, más interactivas. Así la F1 entrega en bandeja aficionados para otras categorías emergentes. La Formula E y el WEC aplauden el fenómeno, y esperan agazapados el golpe final.
Increíblemente el desmanejo alrededor de la clasificación bloqueó las incuestionables atracciones que tuvo la carrera del domingo.
El virus rompió fronteras y se metió en las viseras del primer gran premio. El papelón de la qualy compitió de igual a igual con las angustias del accidente de Alonso, y con la victoria de Nico Rosberg.
La próxima carrera en el reino del petróleo no tiene nada sanador para ofrecer, pero a la hora de evaluar la baja del impacto comercial de la F1, habrá que proponer una mirada más amplia, macro y expansiva, que sin temor al error, debería terminar en un análisis acerca de los limites de gestión de estos dirigentes y hasta donde los jefes de equipo empiezan a convivir con los síntomas del alzheimer.