A sus 38 años, Rubens ha visto pasar los años subido a un monoplaza del Gran Circo: motores de 3,5 litros con arquitectura V12, carreras con y sin repostajes, coches con control de tracción y de vías anchas, neumáticos lisos y rallados o calificaciones clásicas, a una vuelta, con combustible o sin combustible.
¿Con qué se queda Rubens en todos estos años? "He aprendido a disfrutar de la vida," sonríe el brasileño. "Antes, era un tío muy rápido pero un tanto impulsivo. Todo lo que he hecho en la vida ha sido aprender a hacer frente a eso y ser mejor".
"Ahora soy un témpano. Cuando corro ya no tengo emociones. Ponerme al volante simplemente es un placer. He aprendido a escapar de la energía negativa y he puesto buenas vibraciones en mi vida," asegura Rubens, que debutó en el Gran Premio de Sudáfrica de 1993.Desde su estreno con Jordan su carrera fue en ascenso, a pesar de la falta de fiabilidad de su monoplaza, hasta que llegó el maldito Gran Premio de San Marino de 1994 en el que Rubens sufrió un desafortunado accidente durante los entrenamientos que estremeció a los aficionados.
Los médicos lograron salvarle la vida, pero nada volvió a ser igual para el joven paulista cuando se enteró de la muerte de Ayrton Senna, su amigo y máxima inspiración dentro y fuera de las carreras, en aquel fin de semana negro para las carreras. La intima relación entre ambos, mucho anterior a la llegada de Rubens a la Fórmula Uno, se cortó de raíz.
Tras dejar su puesto en Jordan con quien había logrado su primer podio y un notable sexto puesto en el campeonato de pilotos en 1994, Barrichello dio el salto a Stewart, donde su gran labor durante tres temporadas hizo que Ferrari se fijara en él para acompañar a Michael Schumacher. Ese fichaje fue, sin duda, el hecho diferencial de su carrera.
En la Scuderia, Rubens disfrutó y sufrió a partes iguales. Tuvo que conformarse con ejercer de escudero del genial piloto alemán, pero también tuvo la oportunidad de conseguir victorias. La primera de ellas en el Gran Premio de Alemania 2000 en una de esas carreras inolvidables.
Con el paso de los años, los títulos convirtieron al trio Todt-Brawn-Schumacher en el más exitoso de la historial mientras que el papel del brasileño pasaba por recoger la migajas que Michael le dejaba. En 2005, tras completar su sexta temporada en la Scuderia, Rubens dijo basta.
"La gente decía: 'Ah, Rubens estaba contento de acabar segundo'," recuerda. "Pues no. Tenía que marcharme. Fui más feliz pilotando una mierda de coche el año siguiente que con Ferrari diciéndome lo que tenía que hacer. No era yo".
Tal y como señala, sus tres años en Honda no cumplieron las expectativas y Barrichello tan sólo pudo subir en una ocasión al podio en Silverstone y su contrato con Honda terminaba a final de la temporada.
La sensación generalizada era que la Fórmula Uno se había terminado para Rubens y la incertidumbre de si Brawn -en lo que se había convertido Honda tras la espantada de la casa madre- le llamaría o no hizo que el invierno de 2008 fuera muy duro para el piloto paulista.
"Llamaba a Ross una vez por semana y no paraba de decir: 'Lo siento, Rubens, no tengo nada que decir'. Esa era la triste situación, así que vine en avión, agarré mi motorhome y aparqué fuera de la fábrica. Me quedé tres días durmiendo allí. En pocas palabras, dije: ¡no me voy hasta que no me fichéis!".
Y lo ficharon. 2009 fue el año en que Rubens Barrichello volvió a ganar. Tras un duro inicio de temporada en el que ni siquiera tuvo su asiento listo hasta la quinta carrera, Rubens ganó en Valencia y en Monza firmando una notable tercera posición en la clasificación final.
Su segunda juventud permitió a Barrichello fichar por Williams, el lugar perfecto para desarrollar su carrera. "A todo el mundo le cae bien Williams: los ingleses, los alemanes, los brasileños, todos les desean lo mejor".
Con 38 años, Rubens sigue demostrando que la arruga es bella en un equipo histórico para el que su llegada ha sido un auténtico soplo de aire fresco y una alegría para los aficionados para los que no sería lo mismo ver una carrera sin ese casco rojiblanco. Y es que, parafraseando sus palabras, a todo el mundo le cae bien Rubens.