Sin embargo, tras la lucha entre los cinco magníficos, alguien brilló en Japón mucho más que cualquiera de sus compañeros de profesión: Kamui Kobayashi. En la vuelta 43, el japonés era 12º. Tan sólo 16 minutos más tarde, Kamui cruzaba la línea en séptima posición.
Cierto es que los problemas de Rosberg y Sutil facilitaron su remontada, pero la agresividad y el desparpajo del japonés son la excepción en el conservadurismo de los muchos pilotos de la parrilla. Sin duda, ése es uno de los grandes problemas de la actual Fórmula Uno.
En el fondo de la mentalidad de Kamui está un destino forjado a pico y barrena. A diferencia de otros pilotos que tienen el don de que todo les salga de cara en su ascenso por las categorías inferiores, su discreto rendimiento en GP2 y los prejuicios formados alrededor de los pilotos nipones estuvieron cerca de terminar con su carrera detrás de un volante.
Sin embargo, Kobayashi demostró en apenas dos carreras con Toyota que sus características se ajustan mucho más a la Fórmula Uno de lo que lo hacían al coche de la categoría de plata, a la inversa de lo que le ha ocurrido a gente como Vitantonio Liuzzi, uno de los campeones más dominantes de la pasada F3000, que no pasa de ser uno más en la Fórmula Uno.
La sangre fría y el desempeño que mostró en esa oportunidad que sus compatriotas le brindaron hizo que Peter Sauber, alguien que -pese a quien pese- ha tenido muchos más aciertos que errores en su extensa carrera al frente de su equipo, se fijara en él para liderar su vuelta a la Fórmula Uno.
Carreras como las de Japón podrían hacer que algún equipo puntero se decidiera a dar la alternativa al piloto de Amagasaki. El hombre que ha roto los tópicos del piloto japonés y demostrado que no hay carreras aburridas sino pocos Kamuis en parrilla.
Japón 2010