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FELICES PASCUAS

Cuento de Navidad

Cuento de Navidad

Redacción   24 de Diciembre 2011 10:35

79 comentarios

Cuento de Navidad

La noche cae sobre Baréin. Estamos a finales del mes de Muharran del año 1433 tras la Hégira, más o menos en la segunda mitad del mes de diciembre de 2011 para los cristianos, por lo que cuando el sol se pone tras el horizonte las temperaturas bajan considerablemente. Espero a que la oscuridad sea absoluta antes de entrar en el circuito, no quiero problemas con los guardias de seguridad. Normalmente el recinto está semiabandonado, con un solo vigilante, pero estos últimos días ha habido carreras de F1 y, aunque los equipos ya han recogido, la seguridad se mantendrá con un cierto rigor durante un tiempo hasta que todo vuelva a la normalidad, por lo que habrá una docena de guardias patrullando.

No me he presentado ¿verdad? Mi nombre es..., bueno, en realidad a nadie le importa mi nombre. Soy uno de tantos "chicos de la calle" que tratamos de sobrevivir en los arrabales de Manama, la capital. Mi madre es de Pakistán, vino a Baréin a trabajar en una sala de juego como "señorita de compañía", la veo una o dos veces a la semana y no puede ocuparse mucho de mí, por lo que tengo que buscarme el sustento en la calle, como puedo. Por supuesto nunca conocí a mi padre, a veces pienso que ni siquiera mi madre sabe quién es. Tengo siete u ocho años, no lo sé con seguridad.

Ya casi está completamente oscuro. He localizado por dónde voy a saltar la verja metálica y en unos minutos estaré dentro; cuando hay carreras de F1 los equipos siempre se dejan objetos sin valor para ellos pero que se pueden revender a buen precio. Seremos unos cuantos los que saltaremos la verja esta noche, pero una vez dentro nadie conocerá a nadie y cada uno trabajará en solitario, incluso en competencia por las mejores piezas. Yo creo que ya no se ve, me voy para dentro.

Cuento de Navidad

Me dirijo a la zona de garajes, tomando bastantes precauciones, no quiero tener un desagradable encuentro con un guardia. La situación es bastante complicada después de los disturbios de la primavera pasada, yo no sé muy bien qué sucedió, pero se armó mucho jaleo y la Policía intervino con bastante violencia contra la gente, dicen que hubo hasta muertos. Ahora ya no hay manifestaciones, pero la Policía está nerviosa y es mejor no tener problemas con ella. Avanzo pegado a la pared, aunque no se ve mucha vigilancia, parece que están concentrados en la zona de oficinas y en la puerta principal.

¡Caramba! Empezamos con buena suerte; está todo lleno de basura, latas usadas, bolsas, material para embalar,... pero acabo de encontrar en el suelo un llavero con la estrella de Mercedes; de momento, lo engancho en una trabilla de mi pantalón y sigo adelante. Todos los garajes están cerrados, hay que encontrar alguno con una puertecilla que se haya quedado abierta; voy empujando los picaportes, sin éxito, uno detrás de otro, hasta que por fin una de las portezuelas se abre. Empujo preventivamente la puerta, mas me quedo fuera sin moverme, como si hubiera sido el viento, aguzando el oído para tratar de escuchar el mínimo ruido en el interior. Espero unos minutos, parece que no se oye nada, me animo a asomarme, para después entrar lentamente.

.- ¡Ay!

Me quedo petrificado, ¡eso ha sido un lamento humano!, ¿salgo corriendo? La experiencia me enseña que es mejor correr primero y mirar después, pero había sonado tan lastimero que no se me antojaba amenazante. Estaba todo oscuro y no se veía nada, así que retrocedo unos pasos y abro completamente la puertecilla para dejar entrar algo de la claridad de los pocos focos que débilmente iluminaban el recinto del circuito. Entonces les veo, son un hombre y una mujer jóvenes, el hombre estaba de pie y la mujer estaba medio recostada en el suelo. Me fijo mejor en sus rasgos... ¡Lo que faltaba para complicarlo todo, son judíos! Los judíos no son muy bien recibidos en Baréin, más aún siendo como aquellos, con aspecto de mendigos. Pero había más, la mujer está embarazada, más aún, embarazadísima.

.- ¡Ay!

El hombre se inclinaba sobre la mujer, la tomaba de la mano, le pasaba el brazo por los hombros, pero no sabía muy bien cómo ayudarla. El rictus de dolor de la embarazada llamaba a compasión, apretaba los dientes, cerraba los ojos e intentaba acallar sus voces de dolor contra el brazo del hombre. Me asomo a la puerta y miro hacia ambos lados de la calle de garajes, intentando encontrar ayuda, pero pronto recapacito; si me cogen los guardias allí seguramente tendría problemas, pero nada comparados con los que tendrían estos dos judíos; creo que será mejor volver dentro. Cuando voy a entrar un grito desgarrado y prolongado de la mujer casi me tira de espaldas; entro rápidamente, para ver al hombre sostener entre sus brazos a un sanguinolento bebé recién nacido. Me implora con la mirada que me acerque y en cuanto estoy a su lado me entrega al niño; la abundancia de sangre le torna resbaladizo, por lo que lo aprieto contra mi pecho para que no se me escape. Mientras, el hombre ha cortado el cordón que le une a la madre, le ha hecho un nudo y ahora está limpiando la sangre de la mujer con bastante torpeza con su propia ropa; cuando termina toma de nuevo al niño de entre mis brazos para acercárselo a la madre.

La situación de desamparo que ofrecen los jóvenes padres es absoluta, abrazados entre sí con el niño entre ellos, pero sin nada más. Tengo que hacer algo, la situación es terrible, pero ¿qué puedo hacer yo? Sólo soy un "niño de la calle", como seguramente termine siendo este pobre bebé recién nacido ¡Claro, nosotros le ayudaremos! Busco con la mirada por el garaje, ya con los ojos acostumbrados a la semipenumbra, y pronto encuentro lo que necesito: un enorme bidón metálico, que en su momento debió contener algún tipo de aceite lubricante; lo tumbo y lo hago rodar hasta la puerta; vuelvo a entrar al garaje y sigo escrutando con la mirada ¡esto servirá! Era un bote de spray de algún producto para mí desconocido, pero que hará su función perfectamente. Me coloco a la puerta del garaje, enderezo el barril y empiezo a golpearlo rítmicamente con el bote.

.- Pom, pom, porrompompón, pom, pom, porrompompón, pom, pom,...

Cuento de Navidad

Van llegando. Poco a poco, de uno en uno, van llegando. Me miran, se asoman al garaje, contemplan la escena, y van entrando. No es necesario hablar, los acontecimientos se comentan solos. Los "chicos de la calle" no tenemos nada, pero sabemos encontrar todo. Pronto uno se saca la camisa para envolver con ella al niño, otro le deja su pañuelo rojiblanco, el de más allá un gorro,... el niño ya no está desnudo. Algunos de los más mayores salen en parejas y vuelven al rato cargados: dos de ellos han encontrado un neumático destrozado y lo han cortado, quedándose con un cuarto de circunferencia; colocamos plásticos de embalar dentro, en el hueco reservado a la cámara, y encima volvemos a colocar nuestra ropa; no ha quedado muy bonita pero ¡ya tenemos una cuna!

Siguen llegando chicos; un chico saca algo de su bolsillo, un poco de pan; instintivamente todos buscamos en nuestros pantalones, pero en el mío nada hay; pronto aparece un poco de chocolate, unos dátiles, una manzana,... no es mucho, pero la madre lo agradece, se la ve muy débil. En esto aparece otra pareja de chicos mayores con una caja de cartón; han ido a la zona de hostelería del circuito, y rebuscando entre la basura han conseguido encontrar algo más de comida y sobre todo bebida, medias botellas inacabadas de agua y leche, alguna de zumo. Cuando vacían la caja y ofrecen su contenido a la mujer, aquello parecía un banquete ¡yo no había visto nunca tanta comida junta! Comió la mujer, comió el hombre,... y luego también comimos nosotros, había para todos.

Cada vez somos más; mejor, así entre todos calentamos el frío ambiente del garaje. Uno de los chicos vuelve a meter el bidón dentro y comienza a golpearlo con las palmas de sus manos; otro se saca una pequeña flauta del bolsillo y acoplándose al ritmo marcado por el primero va hilvanando una melodía; tres o cuatro más acompañan con sus palmas y enseguida uno se arranca a cantar; el resto hacemos los coros después de cada estrofa. El matrimonio judío nos mira entre extrañado y feliz, no entiende lo que decimos pero nuestra alegría es contagiosa; los que nada tenemos somos generosos compartiendo nuestra incomprensible felicidad. En esos momentos el garaje entero es una fiesta en torno a la familia judía.

Súbitamente todo se desmorona; en el exterior se escucha con estrépito una sirena policial, y cuando intentamos salir un foco de luz nos ciega y nos devuelve al interior. Nos apretamos contra las paredes y nos acurrucamos en el suelo unos contra otros, no es la primera redada en la que nos vemos envueltos y sabemos que es mejor no resistirse. Escuchamos incluso el sonido del motor de un helicóptero volando estacionariamente sobre nosotros. Primero entran los guardias y establecen un perímetro de seguridad, con nosotros pegados a las paredes y la familia judía en el centro; una vez la situación está controlada, hace su aparición un llamativo personaje en la puerta.

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El susodicho personaje va vestido a la moda occidental, esto es, con traje de chaqueta y corbata; yo no sabría decir su nombre, pero seguro que es miembro de la familia Al Khalifa, la gobernante en Baréin. Nos observa con desprecio con una mirada en derredor, para él como si no existiéramos, hasta que fija su imagen en los judíos; ahora la expresión de su rostro cambia, convirtiendo su mirada en fiera e iracunda. Va a dar una orden terrible cuando repara en la figura del recién nacido, resguardado en nuestro peculiar neumático-cuna; en principio, parece que duda, después se queda mirando al niño y finalmente se acerca hasta él, hinca la rodilla en tierra y balbucea apenas unas palabras con un leve e imperceptible movimiento de sus labios. Sin levantarse, da una orden y casi inmediatamente aparece un sirviente con una manta entre sus brazos; humildemente, como si ahora el sirviente fuera él, el gobernante arropa con esa manta al niño.

Nuevo alboroto; ahora entran en tropel gentes extranjeras; yo no me sé sus nombres, pero sus ropas no dejan lugar a dudas, son miembros de un equipo de F1, de los que han competido por la mañana; cuando ven al Khalifa arrodillado delante del bebé se quedan consternados y en silencio, mirándose unos a otros sin saber qué decir ni qué hacer. El que parece el Jefe da una orden y varios miembros de su equipo salen; al poco rato vuelven con prendas de abrigo para los nuevos padres; también el Jefe se arrodilla para observar más de cerca al niño. Y por fin, gente de otros equipos, alertados por el barullo que se había ido formando, van entrando en el garaje; todos los personajes principales acaban junto al niño, arrodillados unos al lado de los otros, mientras dan órdenes a sus subordinados para que traigan todo lo que se pudiera necesitar: alimentos, bebida, ropas,...

Ha llegado al hora de irse; cuando aparecen los poderosos, los "chicos de la calle" desaparecemos. Con tanta gente dentro del garaje, los guardias apenas si se fijan en nosotros y muchos de mis compañeros ya han salido. Me decido a gatear hasta la puerta, tratando de no llamar la atención, cuando algo dentro de mí me dice que me acerque al niño; al fin y al cabo yo he sido el primero en verlo. Gateo entre las piernas de todo el mundo hasta llegar cerca del neumático-cuna, justo donde estaban los que parecían los Jefes; el niño está dormido a pesar de todo el jaleo que hay a su alrededor. Entonces me acuerdo que todo el mundo le ha regalado algo, menos yo; y como no quería ser menos, busco en mis bolsillos, pero no hay nada que pueda darle. Sólo tengo el llavero con la estrella de Mercedes colgando de la trabilla de mi pantalón, así que lo saco y trato de hacerlo llegar hasta el niño. Meto mi dedo dentro de la horquilla del llavero y extendiendo el brazo casi llego hasta él; cuando estoy a punto de soltarlo, el niño se despierta, abre los ojos, me mira, agarra mi dedo con una de sus manitas y me sonríe. Todas las miradas de los presentes se concentran en mí, pero lejos de sentir vergüenza yo solo me siento feliz, me siento importante, siento que el niño me ha elegido a mí entre todos, aún con mi dedo rodeado por su manita...

.. sentí una inmensa felicidad y no me hubiera cambiado por ninguno de los presentes. No volví a ver a aquel niño ni a saber de él, he vivido una existencia larga y llena de avatares, pero en cada momento de dificultad siempre que recordaba aquella manita agarrando mi dedo me sentía fuerte, me sentía seguro, me sentía acompañado, me sentía amado. Mi encuentro con aquel niño fue especial, lo he recordado infinidad de veces a lo largo de mi vida, y aún hoy pienso que con toda la gente que había en aquel garaje aquella noche, aquel niño quiso nacer allí sólo para que yo le encontrara, quiso nacer allí para mí; y desde entonces cada año en esa fecha reúno a mis amigos para compartir entre todos una comida y después cantar todos juntos, como hicimos aquel día los "chicos de la calle". Y, ¿sabéis una cosa?, cada año, comiendo entre mis amigos, vuelvo a sentir en la punta de mi dedo el calor de aquella manita, y tengo para mí que aquel niño sigue a mi lado todavía.

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